lunes, 11 de enero de 2010

La historia de Ausonio y Bissula


Lo que está pasando en el Ayuntamiento de Vic (Barcelona) con sus planes para no dejar empadronar a los inmigrantes ilegales, tras haber intentado echarles encima a la policía local - a lo que este cuerpo se ha negado-, nos recuerda la historia de Ausonio y de Bissula, tal y como la cuenta Claudio Magris en El Danubio, con le certeza de que esos políticos miopes tienen su guerra perdida de antemano.

En el año 368, Ausonio estaba siguiendo al ejército imperial romano en la campaña contra los suevos; el campamento se encontraba junto a la confluencia del Brigach y del Breg (las dos fuentes en las que nace el Danubio). La previsible victoria de las legiones romanas proporcionó al literato una esclava, que él llamó Bissula.

Ausonio tenía 58 años y se enamoró de Bissula, que le siguió a Roma después de que él le devolviera, casi inmediatamente, la dignidad de la mujer libre. En las epístolas escritas a su amigo Paulo se lee la intensa y casi sorprendida pasión del literato sesentón, su respeto por la amada, la reverente gratitud por semejante imprevisto regalo del destino que se había convertido en el centro de su vida.

Ausonio sabía componer versos y enseñar gramática, y como honesto retórico, no se preocupaba por la enigmática trama del universo; difícilmente habrá llegado a preguntarse por qué fueron necesarias tantas largas marchas más allá de los Alpes, una guerra y el arte militar romano sólo para que él pudiera ser feliz con una mujer.

Una mano que nos gusta estrechar y besar, nos emociona asimismo porque viene de muy lejos y porque a la forma y a la seducción de sus dedos han colaborado humildemente el Big Bang, el Cuaternario y las migraciones de los hunos por las estepas de Asia.

Ausonio escribió versos para Bissula. No son grandes versos. El amor no es suficiente para crear poesía, aunque a veces puede ser necesario; quien compone dísticos sobre su propia pasión se preocupa en ocasiones más de los primeros que de la segunda. De todos modos, los dísticos de Ausonio son más que decorosos y cantan la doble naturaleza de Bissula, alemana por su rubia cabellera y sus ojos azules y romana por su indumentaria y sus costumbres, hija del Rhin que junto a las fuentes del Danubio se ha convertido en ciudadana del Lazio. Ausonio no pide a la mujer amada, que le ha seguido a Roma, que renuncie a sus orígenes, los ríos y los bosques de Germania, aunque la admire en ropajes romanos. Adquirir una nueva identidad no significa traicionar la primera, sino enriquecer la propia persona con una nueva alma.

Es cierto que ha sido Bissula quien ha seguido a Ausonio a Roma, no él quien se ha quedado en Suevia. En todos los encuentros de civilizaciones -armoniosos o conflictivos, entre personas diferentes o en la experiencia de una sola- existe siempre, ineludiblemente, un momento de elección en el que se reconoce, aunque sea por un solo instante, más en una que en otra. No existen opciones que se dan por descontado; Borges ha contado, en uno de sus apólogos, que el guerrero longobardo -que abandona a su gente para convertirse en defensor de Ravenna y de sus basílicas- y la dama inglesa -que abandona su mundo para entrar en una tribu india-son las dos caras de una misma moneda; iguales delante de Dios.

Es posible que Bissula, en la latinidad, se encontrara a sí misma, al igual que los bárbaros -Ezio, Estilicón- que se convertirían en los últimos grandes defensores del Imperio, más romanos que los romanos y que sus fláccidos emperadores, o que la aristócrata inglesa de la que nos habla Borges, que se identificó con la tribu india. La identidad es una búsqueda siempre abierta e incluso la obsesiva defensa de los orígenes puede ser en ocasiones una esclavitud tan regresiva como, en otras circunstancias, cómplice rendición al desarraigo. No has vivido como doloroso tu destino y el de tu tierra, podría decir Ausonio a Bissula, añadiendo que, comparadas con su persona, que seguía siendo germánica, las mujeres romanas le parecían muñecas y espectros.



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