lunes, 28 de diciembre de 2009

Seguridad e identidad en Carabanchel. Los significados de un barrio como herramienta para el Trabajo Social


En las entrevistas efectuadas en el contexto profesional de los servicios sociales del barrio, así como en la observación de las narraciones y diálogos que se producen en las salas de espera, he podido constatar cómo buena parte de los discursos giran alrededor de la dificultad de acceso a determinados servicios y cómo esto es achacado en muchas ocasiones a la presencia de actores ilegítimos en el mismo espacio social. Los discursos sobre la inseguridad suelen venir encadenados en esta lógica narrativa.

El propio sentimiento de devaluación deja abiertas las puertas a la competencia por el espacio público. El espacio público, espacio de la visibilidad, sigue constituyendo (a pesar del avance de los hábitos de ocio en espacios privados o privatizados y de la relevancia de los medios de comunicación en la construcción de las identidades) un lugar donde se producen significados colectivos. La presencia en el barrio de otros grupos de identidad devaluada, y construida como amenazante, puede generar una impresión de decadencia, de pérdida de la esencia barrial, y en último término, de inseguridad vital. Ariel Gravano aborda en su «Antropología de lo barrial» las sensaciones de inseguridad en un barrio de Buenos Aires indicando que, en general, los adultos ven más inseguro el barrio que los jóvenes y que los espacios más frecuentados por cada persona son concebidos como los mayores depositarios de confianza, más allá de las características del espacio en sí (Gravano, 2003: 210-217). La necesidad de levantar barreras, por parte de los vecinos más acomodados y antiguos en el barrio, con el fin de sobreterritorializar su propio espacio, coincide con lo que acontece en Carabanchel.

El criterio para hacerlo proviene de una asunción esencialista de la realidad: los vecinos nuevos, por sus características, son proclives a imprimir su violencia en el barrio. Lo que resulta más interesante de la investigación de Gravano es la introducción de la variable temporal, o generacional, en la percepción de la inseguridad: la existencia de una época base que sirve de referencia a los individuos para asignar identidad, de manera metonímica, al barrio y a sus habitantes, conlleva una percepción de lo nuevo, lo emergente, como no barrial y como amenazante (Gravano, 2003: 227).

El barrio auténtico

La época base es la referencia de lo auténtico para muchas personas mayores cuyo poder social se ha deteriorado. Pero la época base lo es para cada actor, se reactualiza con las biografías que surgen y se desarrollan en el barrio. Para muchas personas, más allá de su proceso vital (ascendente, o no), el sentimiento de pertenencia a Carabanchel conlleva la creencia en una afinidad social con el resto de vecinos. La ilusión de la homogeneidad como punto de partida (un pasado o un presente en el que todos son «iguales») se erige en referente ideal. Esa homogeneidad puede estar contaminada por la presencia de personas que representan otras identidades.

Un informante de 17 años se refirió en una entrevista a una especie de requisito ideológico para pertenecer a Carabanchel al hilo de unos comentarios sobre una agresión que había sufrido un amigo suyo por parte de unos ultraderechistas. En la visión de este informante, ser de Carabanchel significa ser obrero, y ser obrero es ser de izquierdas, por lo que no tiene cabida una ideología fascista en un barrio con unas características sociales como el suyo. Los mismos componentes de este discurso aparecieron en otra adolescente de otra zona del barrio que identificaba lo obrero como contrapuesto a lo nazi y, por lo tanto, más «propio» de Carabanchel:

—E: Hombre, es que yo, me gusta el mío porque es un barrio obrero de toda la vida, que no hay nazis casi, que eso es lo que me importa a mi, y es cómodo, y eso, para estar.

La competencia por el espacio está asociada con una lucha por su definición. Así, para estos jóvenes una ideología derechista se encontraría desarraigada de un barrio como el suyo. Sin embargo, uno de estos informantes expresó una mayor permisividad con la presencia de otros grupos de adolescentes que, en principio, sufren un gran rechazo social por parte de los medios de comunicación y de buena parte de los vecinos autóctonos, como los de origen latinoamericano (algunos de ellos pertenecientes a bandas constituidas, como la de los Latin King o los Ñetas). La tolerancia hacia estos grupos viene condicionada por su oposición formal a los valores dominantes, los de la sociedad que rechaza a los extranjeros, por lo que en el juego de conflictos intergrupales, los jóvenes de origen latinoamericano que autoafirman su identidad son potencialmente aliados (al menos en el momento de las entrevistas).

Compartiendo espacios de escasez

Pero aunque los sentimientos de competitividad por el espacio aparecen en muchos grupos sociales y en muchas personas, independientemente de su trayectoria de poder social, el recelo hacia los «otros» se acentúa cuando el propio poder se halla en retirada. En una entrevista a los vecinos de avanzada edad de unas viviendas obreras aparecen las mismas fuentes de inseguridad que transmiten muchos informantes de edad avanzada: gitanos, inmigrantes y jóvenes.

Sin embargo, el discurso es más agresivo que el que emitieron los informantes de una zona pequeño-burguesa de viviendas unifamiliares: en su edificio existe convivencia con las supuestas fuentes de peligro. Se imaginan como una comunidad en decadencia: rememoran los tiempos en que la escasez y la comunión de intereses (tenían que coger agua de una fuente comunitaria, todos tenían niños pequeños, la misma edad, procedían de zonas rurales y la vivienda en propiedad suponía la consolidación de su proceso migratorio) generaban un sentimiento de seguridad. La marcha de los hijos, el envejecimiento del vecindario, la muerte de algunos y la sucesión de las viviendas por población extranjera en régimen de alquiler, es vivido con angustia. La convivencia hace más fácil la competencia por recursos escasos, en este caso los espacios públicos: se alude varias veces a las facilidades que tienen los inmigrantes para acceder a la vivienda o a los servicios sociales. Ponen en contraste las dificultades de sus hijos, víctimas de la segregación espacial y residentes en las periferias de las periferias, con las supuestas facilidades de «los de fuera», los de la periferia mundial (una de las anécdotas que cuenta una informante, a modo de rumor, es cómo a los chinos se les perdonan los impuestos durante cinco años para poner una tienda).

Un matrimonio joven recién llegado a una nueva zona residencial identifica el interior del edificio con propietarios y con españoles. Los extranjeros (o gitanos) y los arrendatarios son sospechosos, por lo que se está estableciendo una comunidad basada en la propiedad y en una supuesta pertenencia étnica:

—M: Y en el garaje. En el garaje también roban...
—J: Sí, son unos inquilinos, de un piso que está alquilado en el edificio...
—M: Son sudamericanos.
—J: Son sudamericanos, y la gente sospecha de ellos porque, porque claro,
tienen acceso directo al garaje, y han encontrado, pues de todo..., es más, tenemos
que poner un antipánico porque hay mucha gente alquilada, entonces el garaje
es comunitario, comunica, pues nos tememos que nos roben.

[...] Cada grupo social, en función de sus pertenencias de clase, género, etnia oedad puede estar definiendo de manera diferencial las fuentes de inseguridad («los verdugos») atendiendo a sus necesidades sociales y a las expectativas que se teme sean frustradas (según lo que se valore, se construirá una amenaza). Es así cómo pueden comprenderse las narraciones sobre inseguridad que genera la policía entre parte de la población joven, gitana e inmigrante.

Pero en Carabanchel existen multitud de prácticas cotidianas relacionadas con la coexistencia y, a veces, con la convivencia. Estas prácticas exceden el discurso, lo quiebran. Las experiencias positivas en la resolución de conflictos y la interacción en espacios comunes (salida del colegio, parques, salas de espera) generan diariamente situaciones comunicativas y de apoyo mutuo. El discurso «anti-otro» responde más a las estrategias de autolegitimación en situaciones concretas
(como las de la obtención de recursos en los servicios sociales) que a la vida cotidiana de los vecinos del barrio: estamos ante un discurso dominante de incompatibilidades identitarias que esconde prácticas de interacción reales entre las propias alteridades que habitan en cada persona.

La competencia por recursos escasos en el mismo espacio (o el impedimento para hacer uso de ellos) parece condicionar la fuerte aparición de discursos de la inseguridad. Estos discursos, más que responder a sensaciones de miedo íntimas (su relación no es directa) poseen un carácter estratégico que persigue el propio reconocimiento social en detrimento de quien representa la alteridad. Se emplean a modo de señalamiento de la propia identidad y permiten a sus emisores actuar como sujetos políticos. La participación de una suerte de «comunidad de los inseguros » se constituye, en las democracias electorales actuales, en la vía más fácilmente transitable dispuesta por el Estado para que los miembros de los barrios populares puedan ejercer una porción de derechos de ciudadanía. La «seguridad ciudadana» se convierte, así, en un argumento reapropiado por muchos vecinos de barrios como Carabanchel para ser manejado en su propio contexto de escasez.

Extraído del texto de Sergio García García (2008), Seguridad e identidad en Carabanchel. Los significados de un barrio como herramienta para el Trabajo Social. Rev. "Cuadernos de Trabajo Social" Vol. 21 (2008): 63-85.

La revista Cuadernos de Trabajo Social, de la Escuela de Trabajo Social de la Universidad Complutense de Madrid tiene digitalizados todos sus artículos, desde 1987, en el siguiente enlace:

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