lunes, 23 de noviembre de 2009

Juana María de la Vega, Condesa de Espoz y Mina, una mujer del XIX entre la conspiración política y la asistencia social "por el bien de la patria"


Liberal y conspiradora, esta gallega, después de 1846, desplegó su influencia a través de la movilización de las redes políticas (masculinas). Desde la relativa privacidad de la amistad, la condesa sirvió de vínculo y enlace entre los progresistas gallegos y madrileños. Al progreso de la patria dedicó toda su vida, si bien desde mediados de los años cincuenta buscó otro ámbito, la beneficencia. Apartada de los círculos del poder, la caridad era una actividad permitida, incluso bien vista, para una mujer viuda, sin hijos y con ciertas influencias. Pero la actividad de la condesa fue algo más que la que correspondía a una típica dama de la caridad compasiva con los débiles...

En 1838, Juana de la Vega iniciaba los trámites administrativos para fundar la Asociación de Señoras de La Coruña, que andando el tiempo sería la referencia más clara de la concepción moderna de beneficencia. La finalidad de esta Asociación, cuya Junta presidía, era cuidar niños expósitos y asistir a los enfermos del Hospital de la Caridad desde planteamientos liberales volcados en "la humanidad doliente", y sin relación con las instancias católicas. Juana de la Vega contó con el asesoramiento de Ramón de la Sagra, quien en el discurso inaugural de la Asociación presentó la participación social de la mujer en la caridad pública como un eslabón indiscutible en la cadena del progreso.

La mayor actividad de la Asociación parece desplegarse a partir de los años cincuenta, coincidiendo con el hambre y la epidemia de cólera que asolaron La Coruña en 1853 y 1854. La crisis agraria provocó una fuerte inmigración rural a la ciudad, que no pudo ser asistida por las instancias públicas. A petición del Ayuntamiento, la Asociación se hizo cargo del asilo y del hospicio provinciales, así como de la dirección y mantenimiento de un hospital provisional. En esa época, la labor de la condesa fue muy intensa. Además de organizar los servicios, utilizó todas sus influencias nacionales e internacionales para recaudar fondos a través de suscripciones. Estos trabajos fueron recompensados en noviembre de 1854 con el título de duquesa de la Caridad con Grandeza de España. La concesión fue categóricamente rechazada. Rechazo que obedecía a varios motivos. En primer lugar, su concepción de la beneficencia desde "el cumplimiento del deber", como "un trabajo humanitario" cuya recompensa rebajaría el mérito que se ensalzaba. En segundo lugar, su animadversión a los títulos nobiliarios. Por último, el verdadero premio no debía ser personal, sino colectivo, de forma tal que el gobierno aprobara el expediente "para que se permita en este pueblo dar pan y trabajo, edificando en el lugar de las derribadas fortificaciones, y yo quedaré más contenta y agradecida con esta gracia, que con todos los títulos y grandezas, que no me han de hacer que varíe de modo de pensar porque son ideas que nacen de una profunda convicción, y no de ahora, sino de toda la vida".


Además de la tarea asistencial directa, Juana de la Vega se movió durante esos años en el campo organizativo de la beneficencia. A este respecto, redactó en 1855 el nuevo Reglamento de la Asociación de señoras. Explícitamente, se presentaba como una instancia abierta a todos, sin distinción de ningún tipo, independiente de los poderes públicos y religiosos y financiada mediante las aportaciones de los socios. Juana de la Vega aspiraba a una sociedad civil activa y responsable. Sin embargo, la acción ciudadana en la España de mediados del siglo XIX mostraba en este tema grandes limitaciones, y más cuando de lo que se trataba era de la inserción de la mujer en la vida pública. Lo que para Juana de la Vega, Ramón de la Sagra, Concepción Arenal o Salustiano Olózaga era una manifestación del progreso de la civilización, para la opinión pública mayoritaria no merecía más que el silencio o la censura. Las mujeres "ciudadanas", en tanto en cuanto declaraban trabajar por le bien público en nombre de "la humanidad", casaban mal con las virtudes atribuidas a la feminidad. Juana de la Vega podía ser muchas cosas, pero todas ellas alejadas del prototipo de docilidad, pasividad y domesticidad que por entonces triunfaba en España. El cometido de la condesa de Mina fue colaborar a trazar una beneficencia liberal mediante la incorporación femenina a la actividad social. No fue una tarea fácil. Sin un concreto respladolegal y sin la necesaria consideración social, más de una vez entró en conflicto con las autoridades políticas y sanitarias, como el contencioso que la enfrentó durante años con el Ayuntamiento de La Coruña.

Ciertamente sus propuestas, como el proyecto de mejorar las condiciones de los niños expósitos mediante exención de la suerte de soldado a favor de los mozos cuyas familias mantuvieran gratuitamente a un expósito, no abarcaban la exigencia de un estado Benefactor y responsable de los ciudadanos. Por el contrario, se apoyaban en la responsabilidad que tenía la sociedad civil para con sus miembros más desvalidos. Pero ello no significa que no luchara para que los poderes públicos cooperaran en el desarrollo de la acción asistencial. En este sentido, debió de ser una mujer "molesta", sobre todo a partir de ser nombrada por Isabel II viceprotectora de los establecimientos de Beneficencia de Galicia. Se tomó en serio su nuevo cargo, visitando a todas las autoridades, religiosas o civiles -proponiendo a unas la cesión de sus edificios para levantar manicomios,a otras la fundación de hospicios y asilos de mendicidad-, denunciando en la prensa la dejadez de la Administración y supervisando los establecimientos que ella misma había creado.


Extraído de ROMEO MATEO, MªCRUZ (2000), "Juana María de la Vega, condesa de Espoz y Mina (1805-1873). Por amor al esposo, por amor a la patria", en BURDIEL y PÉREZ (coords.): Liberales, agitadores y conspiradores. Biografías heterodoxas del siglo XIX. Madrid. Espasa, pp. 224-233


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